Portada por: Miriam Baena |
Esta va a ser la partida de mi vida. La boca ya se me hace agua con sólo pensar en
la gran fortuna que voy a conseguir en cuanto revele mi jugada.
Miro al resto
de participantes, intentando no desvelar nada de mis planes, mientras intento ocultar una leve sonrisa que surge en la comisura de mis labios.
—Veo
tus cinco dólares y subo diez más —digo dejando dos fichas de plástico en el
centro de la mesa cuando me llega el turno.
—No
voy —inquirieron al unísono Mariah y Will, dejando sus cartas sobre la mesa de
mala gana.
—Pues
yo veo tu apuesta y —reta Derek mientras coge otras tres fichas y las deja caer junto al resto— subo quince dólares más.
Su
mirada se traba en la mía cuando sólo quedamos él y yo, frente a frente, con
mucho dinero en juego.
Con
una pícara mirada, Derek, deja las cartas sobre la mesa, con una excesiva
lentitud. Como si quisiera darle algo de misterio al asunto, deja ver un full
de ases y una pareja de cincos. Su sonrisa se hice más petulante aún si cabía,
y no era para menos, pues tenía una buena mano.
Mi
quietud a la hora de desvelar mi propia jugada le da a entender que no puedo superarle:
—Bris,
Bris, Bris... Jamás podrás ganar al Rey de Corazones —canturrea, alargando los
brazos para hacerse con el botín.
—No
tan deprisa, Rey de Corazones —uso el nombre que el mismo se ha puesto, pero
con cierto retintín provocando que alguna risita se disipe por la estancia—.
Deja paso a mi póker de reinas y al único as que te faltaba.
La
cara de Derek es un auténtico poema en el momento que dejo a mis cuatro
señoritas sobre la mesa. Sin dejar de mirarle recojo mi premio del centro de la
mesa, rozando su brazo a propósito, pues aún no lo ha retirado.
—Bueno,
chicos, ya es tarde y mañana hay clase —dice Mariah súbitamente.
[...]
—¿Han
avisado ya a los padres? —escucho que dice una voz fuerte y autoritaria.
—Sí,
señor.
—¿Y cuándo
vendrán? —parece realmente irritado ese hombre.
—Los
señores Wayne estaban de viaje, pero ya han cogido un vuelo y llegarán sobre las
cinco de la tarde —responde el subordinado.
¿Wayne?
No podía ser. Era imposible.
Un
mal presentimiento empieza a crecer en mi interior y se transforma en una
respiración agitada.
Intento
hacer señas a mis amigos para que se acerquen, pero desde esa posición es
imposible que me vean y, además, los corredores se están llenando de gente.
—Comisario,
hemos encontrado algo —dice de pronto una voz femenina.
Sin
dudarlo un sólo segundo me asomo para ver de qué se trata. Una mujer de pelo
corto, con gafas y ataviada con una bata blanca, le está entregando algo al
hombre que está de espaldas y que parece ser el jefe. Desde la distancia apenas
pude distinguir que es, pero parece ser una carta de póker.
—¿La
reina de corazones? —el comisario parece algo incrédulo.
—Estaba
al lado del cuerpo de la víctima, señor.
—Este
caso se torna cada vez más extraño.
Mientras
dice eso se desplaza hasta un grupo de personas que sacan fotos de algo que
estaba en el suelo. Se agacha y entonces puedo entrever una melena roja como el fuego, enmarañada y
descuidada, pero reconocería ese pelo en cualquier sitio.
—Ay,
Gina, ¿quién te habrá hecho esto?
¿Qué?
No puede ser. Las lágrimas empiezan a correr por mi rostro, surcan mis mejillas
y dejan un rastro amargo. Ahora ya no importa nada. Salgo de mi escondite y
corro hasta el aula 2B, aparto a cualquier agente que se cruza por mi camino.
Empujo al comisario y ahí esta Gina. Mi amiga. Manchada completamente de
sangre, con los ojos completamente abiertos y mirando al vacío.
—Sacarla
de aquí —casi grita el comisario.
—NO
—bramo—. ¡GINA!
Sherezade Ortiz-Villajos
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